2/10/09

Las farmacias


Ya hemos podido escuchar en televisión a alguna apurada y joven embarazada sin querer que cuando ha ido a comprar la dichosa píldora le han dicho en su cara que nanay, que se vaya a hablar con los padres, que pida hora al de cabecera para que le de un volante para el ginecólogo, y rece para sea progresista- el ginecólogo-, y luego vuelva con la receta en la mano (si la consigue), los veinte euros en la otra, y la barriga ya de tres o cuatro meses, porque en menos tiempo no consigue ser recibida por el médico de cabecera y el especialista, los plazos del embarazo se podrá alterar pero los de las listas de espera- al menos en el antiguo reino de Valencia, actualmente Comunitat- esos son inalterables.
De modo que habría que ir pensando en qué hacer con esos talibanes disfrazados con bata blanca de farmacéuticos que, aupados sobre el pedestal de su soberbia, deciden arbitrariamente si aplican una ley o se la pasan por el gólgota de sus gónodas, u ovarios, que también hailas. No tienen empacho en vender antibióticos a granel a cualquiera que los pida- ahí su conciencia y su profesionalidad no les ponen reparos- pero tienen claro que su farmacia es una prolongación de la cripta de Pedro a efectos del sexo y sus "consecuencias".

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