De repente las excentricidades de un matón pendiente de diagnóstico nos ponen frente al espejo de las decisiones que se tomaron por
empresas y gobiernos durante décadas. Decisiones que han repercutido en la
mejora de los beneficios empresariales, y en la comodidad. Nadie quiere asumir
el costo de gestionar la fabricación cuando esa tarea la hacen muy bien las
empresas externas, y a menor precio, con lo cual los márgenes crecen. Se han
cerrado cientos de miles de empresas grandes y pequeñas reconvirtiendo sus
espacios en meros almacenes temporales donde recibir y reenviar productos
manufacturados, listos para su entrega. Y, un buen día, nos damos cuenta de que las redes de comunicación submarinas no nos pertenecen, que carecemos de astro puertos desde
los que enviar satélites científicos y militares al espacio, que compramos todo
fuera: material militar, tecnología punta, redes de comunicación... todo nos lo
sirven a domicilio por un precio, pero nada es propio.
Alguien toma una decisión a diez mil kilómetros y nos dejan incomunicados, nos cierran puertos y aeropuertos, nos invaden y carecemos de elementos suficientes de defensa...
Alguien toma una decisión a diez mil kilómetros y nos dejan incomunicados, nos cierran puertos y aeropuertos, nos invaden y carecemos de elementos suficientes de defensa...
¿Alguien piensa que una treintena de países se pondrán de acuerdo en la formación de un gobierno común, una industria compartida, una defensa comunitaria, una política exterior común, una economía común... y todo eso en un máximo de cinco años? Yo tampoco.